‹‹⿻No Muertos / Historia ››

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Surgidos en una era de penumbra y desolación, estos seres fueron una vez hombres y mujeres, cuyas almas debieron haber hallado reposo en los brazos del cielo. Sin embargo, una voluntad caída, corrompida por la ambición y el desprecio por el ciclo de la vida, impidió tal destino. Se despojó a los muertos de su paz, y sus cuerpos vacíos fueron alzados nuevamente, no con gloria, sino con cadenas invisibles. Así nacieron los sin aliento, servidores impasibles de un poder oscuro que buscaba someter las tierras bajo un yugo de horror. Avanzaban sin temor ni fatiga, como una marea de carne sin alma.

Durante los días en que la guerra consumía cada rincón del mundo, los vivos temblaban ante la marcha incesante de aquellos que no conocían descanso. No había muralla que los detuviera, ni súplica que los conmoviera. Cada aldea que caía era sumida en un silencio de muerte, pues quienes perecían a manos de esta hueste eran pronto convertidos en parte de ella. La desesperación se extendía como niebla negra, y muchos pensaron que no habría luz que pudiera quebrar aquella noche sin fin.

Y sin embargo, incluso en la más honda oscuridad, la luz no se extingue por completo. En una batalla donde el cielo mismo pareció abrirse, una fuerza más antigua que el odio rompió el vínculo que encadenaba a algunos de estos seres. Una chispa, tenue pero verdadera, despertó en ellos el eco de su humanidad perdida. No todos lograron liberarse, pero aquellos que sí lo hicieron vagaron sin rumbo, hasta encontrar cobijo entre las gentes libres. Allí, con paso lento y mirada triste, comenzaron a reconstruirse, buscando en sus actos presentes redimir la condena de su pasado.

Hoy en día, aún caminan entre los vivos, envueltos en un silencio que habla más que mil palabras. Son testigos eternos de una guerra que marcó la historia del mundo, guardianes de aquello que antes fueron forzados a destruir. Aunque su carne esté marchita y su mirada parezca ausente, en su interior arde un propósito renovado. Algunos los temen aún, otros los compadecen, pero pocos pueden negar que en su existencia hay una lección imborrable: incluso lo que ha sido profanado puede alzarse nuevamente, no como esclavo de la oscuridad, sino como defensor de la luz.