‹‹⿻Orcos / Historia ››

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Han pasado ya más de mil inviernos desde que estas criaturas irrumpieron en el mundo, y aún me resulta difícil concebir que caminen entre nosotros en los días actuales. Pues antaño, cuando el cielo estaba teñido de sangre y las llamas devoraban los campos, fueron ellos quienes arrasaron nuestras aldeas, derribaron nuestras fortalezas y arrebataron la vida de incontables inocentes. No puedo olvidar los gritos ni el humo, ni el rostro de quienes perdimos. A pesar del tiempo transcurrido, aún desconfío, pues creo que el juicio que les corresponde llegará, tarde o temprano, como lo hace toda deuda con el cielo.

De aspecto fiero y cuerpo desgarbado, portan rostros que muchos describen como torcidos por la ira o la agonía. Sus ojos, como brasas encendidas, no han dejado de inquietar a quienes los observan. Aunque hoy se les reconoce como hijos de la creación, nacidos bajo la misma mirada divina que dio forma a todas las razas, su legado oscuro es difícil de ignorar. Pues su origen está marcado por el tormento: una mezcla profana de sangre y carne, alterada por manos impías en tiempos donde la compasión había sido olvidada. Y aún así, caminan entre nosotros, buscando algo que quizá ellos mismos no comprenden.

Cuando la sombra que los había engendrado fue quebrada, quedaron sin guía ni rumbo. Como hojas arrancadas del árbol, se esparcieron por la tierra, condenados a una existencia marcada por el hambre, la miseria y la soledad. Las antiguas naciones, aún dolidas por las heridas del pasado, les dieron la espalda, y la mayoría fueron relegados a los márgenes del mundo. Sin liderazgo, sin tierra y sin propósito, se vieron forzados a adaptarse a la vida entre aquellos que los temían o los odiaban. Algunos lo lograron, integrándose con esfuerzo y humildad. Otros, perdidos, volvieron a caer en la violencia de la que una vez intentaron huir.

Y así, su historia permanece dividida, como sus propios corazones. Son recordados tanto por su furia como por su resiliencia, por su brutalidad como por su afán de redención. Son hijos de la guerra y del exilio, caminantes de una senda incierta. Algunos entre los sabios susurran que, en lo profundo de su espíritu, aún arde una chispa que podría encender un nuevo destino, lejos de las cadenas del pasado. Pero mientras el eco de sus antiguos crímenes resuene en los valles, el perdón seguirá siendo una puerta pesada que pocos se atreven a abrir.