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Cuando la sombra que había gobernado con puño de hierro fue finalmente abatida, muchas de sus creaciones fueron perseguidas, desterradas o destruidas. Entre ellas había una raza nacida no para la guerra, sino para el enredo del alma y la tentación del pensamiento. Criaturas de belleza hipnótica y voluntad sinuosa, tejían su poder no con espadas, sino con susurros y miradas. Fueron concebidas como instrumentos de seducción y manipulación, armas silenciosas que doblegaban corazones antes que ejércitos. Pero al quedar sin amo ni propósito, vagaron como fragmentos rotos de un mundo que ya no los deseaba.

Repudiados por casi todas las razas, fueron condenados a las sombras de las ciudades, a los márgenes del mundo civilizado, donde su existencia apenas era tolerada. Sin embargo, no desaparecieron. Aprendieron, como hacen todas las criaturas condenadas a sobrevivir. Lentamente, dejaron de ser siervos de la oscuridad para volverse seres errantes, buscando no dominar, sino encontrar un nuevo equilibrio. Fue entre los humanos donde hallaron refugio, y en sus vínculos con ellos descubrieron una fuente de energía vital que les permitió persistir sin recurrir al engaño y la traición que antaño los definía.

Con el paso de los siglos, la memoria de su pasado se fue diluyendo, aunque jamás olvidada del todo. Conservan aún su gracia sobrenatural, su capacidad de encantar con una simple caricia o una palabra cuidadosamente pronunciada. Algunos obtienen sustento del contacto físico, otros mediante la sangre o el intercambio más íntimo de emociones. Y aunque han dejado atrás gran parte de su antigua senda, su naturaleza sigue siendo motivo de sospecha entre los pueblos más antiguos, que los recuerdan con temor disfrazado de cortesía.

Hoy, caminan entre mortales con rostros hermosos y gestos delicados, viviendo vidas discretas o a veces influyentes, según lo que el destino o el deseo les depare. Son testigos de su propia transformación, de una redención que no todos aceptan, pero que ellos persiguen con paciencia eterna. Son una advertencia viva de lo que puede brotar del alma cuando la sed de poder toma formas seductoras, pero también una muestra de que incluso los hijos de la oscuridad pueden aprender a vivir bajo la luz, aunque esta no los abrace del todo.